El preparto y el parto

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Y aquí vamos. Después del primer intento fallido de escribir este post ( ya me costó su tiempo ponerme a escribirlo), volvemos a intentarlo dos semanas después.

Preparto

Salía de cuentas un lunes, y ese mismo día apareció el tapón mucoso. Sí, señoras y señores ¡existe! y chicas, si llegado el momento lo perdéis que no tiene por qué desprenderse, lo sabréis. Me enteré yo sin ver todas las fotos explícitas del asunto que corren por internet, así que «don’t worry and keep calm». Además su desprendimiento no significa un parto inminente, simplemente que se va acercando el momento.

Al día siguiente que tenía control de monitores (las famosas correas) y visita con la ginecóloga, se lo conté y me hizo un tacto que en un momento dado me hizo bastante daño. Le pregunté si me había practicado la maniobra de Hamilton que a muy grandes rasgos es una maniobra de inducción al parto que consiste en el desprendimiento del saco amniótico de la parte inferior del útero, a lo cual ella respondió que no.
Casualidades de la vida o no tan casualidades, esa misma noche mis queridas y habituales contracciones de Braxton Hicks dejaron de ser esos ratitos de barriga dura como una piedra y punto, a empezar a ser más intensas y molestas. A medianoche me preparé para ir contándolas y como buena friki que soy, abrí la app que previamente me había descargado para este menester, se llama baby bump y sirve entre otras cosas para contabilizar la cantidad y duración de las contracciones. Al final fue Juanjo quien lo hizo y así pasamos la madrugada, entre contracciones y cabezadas.

Antes de las 7 de la mañana rompí aguas, (no, no fueron las cataratas del Niagara, al menos en mi caso). Sí que noté como un «plaf» y que empezó a caer agua, paraba, y al cabo del rato volvía a perder… y así estuve horas. Lo primero que hice fue asegurarme que eran transparentes así que llamé a mi madre para que me lo verificara. Una vez verificado y con calma me duché, arreglé, Juanjo arregló a los perros, dimos los últimos toques y al coche caminito del hospital (fui por la pública, por cierto).

El ingreso y la larga espera

Llegamos hacia las 9 a urgencias del materno infantil y ahí me tomaron los datos y esperé un ratito hasta que me llevaron a la sala que le llaman de «triatge» en catalán, que es donde en definitiva deciden si te quedas o te vas porque aún no estás lista. Me pusieron las correas y me tuvieron media hora contándome las contracciones que a todo esto ya pasaban de molestas a dolorosas.
Al terminar y comprobar que efectivamente ya duraban un minuto o más y que se producían cada 5 minutos o menos, pasé a un ginecólogo que me hizo un tacto. Dijo que ya estaba dilatada de 3cm y que por lo tanto podía quedarme, así que la matrona nos llevó a Juanjo y a mí a una sala de partos.

En la sala, ya bastante agobiadita por las contracciones, pedí una pelota de pilates donde me senté y me puse a hacer los ejercicios que llevaba practicando a lo largo del embarazo, y así estuve unas cuantas horas.

Hacia la una y pico, cuando me había dicho la matrona que solo había dilatado un centímetro más, viendo que el dolor cada vez se iba haciendo menos tolerable, y que la matrona me insistía en que si no pedía la epidural en ese momento, vete a saber cuando podrían ponérmela porque se acercaba la hora de comer… me puse nerviosa, me agobié y finalmente cedí a mis miedos y la pedí.

Es muy desagradable ponérsela aunque no muy doloroso, pero notas como te pinchan en el hueso, la anestesista tardó un rato, y luego notas como un escalofrío te va por la columna. Yo pedí que me pusieran una dosis bajita para poder sentir las contracciones y saber cuando empujar, así que ciertamente el dolor se me quitó pero no así la fuerza en las piernas. Las podía mover aunque si me pellizcaba no tenía sensibilidad. De todos modos ya me tuvieron echada en la camilla conectada a la bomba de la epidural y con una maldita vía en la mano que anda que no molestaba.

Estuve horas relajada, medio dormitando porque no había dormido nada la noche anterior, y con castañeteos intermitentes de dientes, efecto de la epidural. Mientrastanto Juanjo me hacía compañía y se dedicó a ir haciendo grupos por whatsapp e informando de los progresos.

Corazoncito cabalgando

Así pasamos horas en que según me dijeron el trabajo de parto se detuvo, y aunque yo no quería, terminaron por ponerme oxitocina sintética que ayudó a que volviera a dilatar. Eso sí, dicen que sin anestesia es muy dolorosa.

Hacia las 9 o 10 de la noche, no me hagáis precisar mucho más, por fin estaba ya del todo dilatada… ahora quedaba que el pequeñín descendiera (sí, me lo contaban en plan ascensor) y saliera, así que los matrones, chica y chico, me hicieron empezar a practicar con los pujos. En cuanto venía una contracción, haceros a la idea de una ola que se va acercando, yo tenía que empujar todo lo que pudiera y parar en cuanto la contracción se retiraba.
Parecía que lo iba haciendo bien hasta que el peque dejó de bajar. Dijeron que estaba en segundo plano, y ahí si me quedaba algo de dignidad o vergüenza se fue toda al traste. NO sé cuantas matronas, el matrón y hasta ginecólogos me habían visto y tocado ya… ¡lo único bueno es que hasta Juanjo y yo pudimos tocarle la cabecita! fue muy pero que muy emocionante, noté algo redondito, resbaladizo y peludo… ¡va a ser verdad el cuento de las abuelas que dice que los ardores son porque el niño tiene mucho pelo!

A esas alturas me había empezado a subir la fiebre y me habían ido poniendo paracetamol, ¡no veas como duele cuando te lo administran por vía intravenosa, parece que queme al pasar! y así entre pujos, esperas, whatsapps de ida y vuelta, (más los que nos llegaban que los que salían por motivos obvios ) y mi madre yendo y viniendo (sí, la dejaron entrar) pasamos casi 3 horitas más.

La bomba de la epidural se agotó y llamamos a un anestesista para que viniera a rellenarla, pero sinceramente no sé lo que acabó haciendo ya que yo poco a poco dejé de notar los efectos. A ver, que sí, que la pedí suave, pero algo se notaba. pero al final yo lo notaba casi todo, además hasta la gente que entraba en la sala nos preguntó, no sé si al final el anestesista no pudo rellenarla o qué… bueno, que eso quedó algo confuso.

El Parto

Se acercaban las «temidas 18 horas de rotura de la bolsa» y lo pongo entre comillas porque como siempre, he oído de todo sobre el tiempo que puede estar el peque sin el líquido amniótico. Pero la cuestión es que donde yo estaba esas 18 horas eran cruciales, así que intensificamos el trabajo con los pujos, cuando empujaba el bebé bajaba, pero era dejar de empujar y el bebé retroceder, así que el matrón tomó una decisión no compartida por mí en absoluto: empezar a practicarme la maniobra de Kristeller, que en resumen es que con su brazo o incluso con su peso entero, se apoya en la parte alta de la barriga de la mamá y empuja hacia abajo para «supuestamente» ayudar al bebé a descender.
Fue una experiencia horrible, tal cual, además de muy peligrosa para madre e hijo. A la madre le puede romper costillas o reventarle algún órgano, y puede causarle fracturas al bebé, que para mí aún es peor. (podéis buscar por internet sobre esta maniobra e informaros). Yo lo hice, por lo cual, cuando el matrón se disponía a practicármela le insistí que no quería, pero él acabó imponiéndose diciéndome que o me la hacía o el niño no bajaría y tendríamos que usar algún instrumento. ¿qué haríais, mamis primerizas en el potro, después de casi 18 horas de parto y queriendo por todos los medios un parto lo menos intervenido posible? pues cedí y lo pasé fatal, me dolió muchísimo, al empujar yo y él hacer presión sentía literalmente que se me saldrían los ojos de las cuencas, jamás lo olvidaré, de hecho me repitió la maniobra varias veces aunque yo le decía que no más y al final para nada. Mi pequeño seguía sin bajar del todo.

La instrumentación

Pasaron las 18 horas, me subió la fiebre a 38 y ahí ya todo fue bastante rápido. Me pusieron antibiótico, lo que faltaba, y llamaron a un ginecólogo por cierto bastante desagradable que vino, me hizo una pedazo de episiotomía, esterilizó la instrumentación y venga, espátulas al canto.
Las espátulas se llaman así porque tienen esa forma y sirven para abrir más el canal del parto y ayudar a salir al bebé, me las puso y fue cuestión de 10 minutos que saliera mi Eric. Primero noté una presión enorme al salir la cabeza y luego noté como su cuerpecito se deslizaba fuera de mí, fue una sensación inolvidable, hermosa… que lástima que estaba tan agotada y dolorida que no la supe disfrutar como se merecía.

En cuanto nació con 3,080kg y 49cm me lo pusieron encima y oí el sonido más bonito del universo, su llanto y así lo expresé, a lo cual la gente en la sala de partos se rió porque decían que ninguna mamá había dicho nada así ¿extraño, verdad?

¡Benvingut Eric, bienvenido Eric!

Con mi bebé encima le pusieron la vitamina K y la pomadita en los ojos, y teniéndolo encima, alumbré la placenta, lo cual significa volver a empujar, aunque es algo más light. Por fin la placenta salió, el sangrado se detuvo y vino la hora de coser el estropicio de episiotomía que me hicieron… ¡Y eso que yo me había preparado todo el embarazo hidratándome el perineo y haciendo los ejercicios de Kegel a todas horas! pues nada, ni con esas. pero con Eric encima, los no sé cuantos puntos que me pusieron los aguanté sin rechistar, porque sí, fueron sin anestesia, como os dije la epidural hacía rato que ya no surtía efecto, y me dijeron que si quería una anestesia local allí abajo, pero literalmente le dije a la pobre doctora que lo único que quería es que terminaran rápido y me dejaran en paz.

A las 2 y pico o 3 de la madrugada por fin subimos a la habitación y al momento me dieron a mi bebé para que me lo pusiera al pecho, ¡vaya como se enganchó de rápido y bien! es todo un superviviente, y por fin pudieron conocerle mi padre, mi hermano y sí, también mis suegros… tengo que decir que todos se portaron muy bien, mi familia aguantó como una campeona en la sala de espera todas esas horas, mi padre y ya orgulloso avi/iaio de su primer nieto, mi tía que le hizo compañía todo ese rato, mi hermano que vino, fue al trabajo, volvió, sacó a nuestros perros, volvió a venir, mi prima, mi mejor amiga… mis suegros que esa misma mañana encontraron billetes para venir desde Málaga y mi mamá, que estuvo yendo y viniendo de la sala de partos acompañándonos, apoyándonos, pasando las noticias del desarrollo del acontecimiento, ayudando a Juanjo y acompañándolo. Y sobre todo, dándome una de las manos (la otra, como no, era para mi papá vikingo) y dándome mucho ánimo y fuerza… Gracias a ellos dos, Juanjo y mi madre, por estar conmigo en esta vital experiencia.

Y aquí termina el periplo del preparto y parto, nada comparado con el postparto y la adaptación a la nueva vida, que os contaré ya en otro post.

El cambio, ¡Embarazada!

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Llega un momento en la pareja, quizá no en todas o quizá sí, el resultado final ya es otra canción…, en que el gran tema se plantea. Al principio solo como otro asunto más del que hablar casi como curiosidad, por imaginar… «¿querrías tener niños? ¿pero cuando, a qué edad estaría bien tenerlos? ¿con uno ya estaría bien o mejor la parejita? y así vais pasando los días, las semanas, los meses y avanzando en vuestra relación y de repente ¡bum! siento que ha llegado el momento, que sí, que quiero tener un hijo y papá vikingo también, que nunca será el momento adecuado si empezamos a pensar en términos logísticos, económicos, de estabilidad… así que nos centramos en lo que importa, nuestra ilusión y el que mi cuerpo me dice que sí, que estoy preparada para ello.

¡Embarazada!

Nos ponemos tranquilamente pensando que hay tiempo y que ya llegará, caaalma y relax, compramos un test de embarazo que aprovecho desde aquí a reivindicar tests accesibles, yo no conozco al menos ninguno… lo hago, avisamos a mi hermano para que nos lea los resultados y ¡oye! ¡que estoy embarazada! ¿cómo, a la primera? ¡ufff que subidón! de alegría y de miedo a la vez y entonces me entra el ataque y la necesidad de empaparme de todo lo que haga referencia al embarazo, preparto, parto, postparto, crianza…
Empiezo a leer de todo, me meto en foros de futuras mamás, me suscribo a webs que me mandan cada semana los cambios que iré teniendo en el embarazo y el desarrollo del embrión/feto/recién nacido y sigo leyendo y leyendo y bombardeando mi twitter y a papá vikingo de artículos y más artículos sobre parto respetado, lactancia materna, crianza natural y respetuosa, alimentación para embarazadas, etc etc etc y así van pasando los días.
Papá vikingo es todo un ejemplo, se encarga cuando estoy hecha polvo de ambos perros, sí, nuestros labradores guía, si aún no nos conocéis podéis pinchar aquí para saber más de nuestra familia. Los fines de semana me deja descansar, se vuelve un experto en planificar las comidas y cenas y por supuestísimo no se le olvida ninguno de mis caprichos y antojos como los quesitos y los petit suisse. Sí, antojos muy poco sanos, lo sé.

La gente a nuestro entorno, especialmente los futuros abuelos que son los primeros que se enteran junto a los futuros tíos, se alegran muchísimo pero igual que a nosotros, les empiezan a entrar las dudas… cosa que pasa a todo el mundo y quizá un poco más a las familias de chicos con diversidad funcional como es nuestro caso. Ellos han criado a una persona ciega pero sin ser ciegos ellos, en este caso será al revés, si todo va bien que la teoría dice que sí, seremos dos ciegos criando a un pequeño sin discapacidad visual.
Por supuesto sus dudas/miedos y los nuestros no son exactamente los mismos. Las dudas de los iaios: ¿como le vais a llevar? ¿como vais a saber si le habéis limpiado bien del todo? ¿y si deja de respirar, como os vais a dar cuenta? ¿ya podréis tener la casa preparada para niños sin nada que pueda coger y hacerse daño?… Cada pareja de abuelos nerviosos por sus historias y cuando se juntaron… ¡uf! imaginaros.
Nuestros miedos iban más encaminados a como iba a nacer el bebé, si estaría bien y sano, si no heredaría mi ceguera, sí, porque la de papá vikingo no es hereditaria pero de la mía poco se sabe y aunque fuimos a genetistas e investigaron todo lo que pudieron, al final solo supieron decirme lo mismo que cuando nací y mis padres fueron también a los especialistas. Que es una ceguera extraña que suele ir asociada a un síndrome pero que yo no presento ningún otro síntoma de ese síndrome más que la ceguera así que quizá ha sido por algún factor ambiental o… quien sabe… ya que mi código genético está bien sin faltarle ni sobrarle nada.
Y así entre nervios, emoción, visitas… los días siguieron pasando convirtiéndose en semanas.

La primera ecografía

¡Empezamos la semana 8! un punto crucial en mi vida, la primera ecografía. No dormí nada esa noche, al llegar al hospital se me comían los nervios, temblaba como una hoja. Entramos a consulta, me preparo y me echo en la camilla para la eco. ¿Y si no está bien?¿Y si ni está? ¡que agobio con los ¿y si?

Menudo corazón

Ni papá vikingo ni yo vimos nada en el monitor ¿y qué? lo sentimos, lo escuchamos… uno de los sonidos más impresionantes y maravillosos de nuestras vidas, el latido de nuestro futuro bebé. Nos perdimos su diminuta imágen de «osito de gominola» como nos lo describió la ginecóloga pero nosotros seguíamos llorando extasiados por haberle podido escuchar.
Y fueron pasando los meses, las ecos, los latidos de ese corazoncito cada vez más grande y fuerte, las visitas a la comadrona, las analíticas, pruebas varias y poco a poco nos acercábamos al día D.

Los cursos de preparto y puericultura

hacia el octavo mes empezamos los cursos de preparto y puericultura. Digo cursos porque por un lado hicimos el curso de preparto en nuestro centro de salud y por el otro un curso de puericultura organizado por trabajadoras de la ONCE en la delegación de Barcelona.
Ambos cursos nos fueron muy bien, nos dieron tips muy útiles, aunque reconozco que yo al final me saturé. Demasiada teoría sin poder ponerla al final en práctica porque ya sabéis, no es lo mismo un muñeco que un bebé, que va a moverse, a hacerse sus cosas en el momento más «oportuno», que llorará….

En el curso estándard de preparto nos enseñaron ejercicios con la pelota de pilates, como hacer los pujos cuando llegara el momento y mucha teoría de cuando ir al hospital, cuando ir más urgentemente, cuando ir de manera relajada… En general, si las aguas en el caso que se rompa la bolsa son transparentes puedes tomártelo con calma para ir al hospital, no te vale la pena ir tampoco si las contracciones no son regulares cada 5 minutos durante una hora y cada contracción que dure un minuto. Ya si las aguas salen turbias o si hay cualquier otra anomalía entonces sí, hay que ir rapidamente al hospital.
Os hablo de hospitales porque en nuestras clases de preparto no se planteó el parto en casa, ninguna lo íbamos a realizar, cada una por nuestras circunstancias, pero que sepáis que también está esa opción y que si os interesa, debéis informaros porque hay profesionales que se encargan de esta bonita labor.

El curso de puericultura de la ONCE como el nombre indica, se centra en cuando ya ha nacido el bebé y lo imparten de manera desinteresada unas técnicas en rehabilitación que trabajan ahí.
La verdad es que les agradezco mucho que tuvieran esta genial idea, es una lástima que no puedan también impartirlo personal cualificado como las matronas pero bueno, aprendimos mucho en cualquier caso.
Aprendimos a poner y quitar pañales, a coger al bebé y acostarlo y levantarlo de su cuna, a bañarles, a hacer biberones marcando unas jeringas para saber la cantidad exacta que hay que meterles… 30ml de agua por cacito raso de leche de fórmula, el mismo truco de marcar el émbolo de la jeringa lo aplicamos para administrarles las medicinas… pasaron un poco por encima sobre la lactancia materna enseñándonos pezoneras, sacaleches y bolsas para congelar la leche que nos sacáramos, conocimos distintos cambiadores, bañeras, distintas mochilas de porteo (lástima que no estuvieran informadas entre mochilas colgonas y ergonómicas y nos recomendaran solo las colgonas) de ahí que comente lo del personal cualificado, nos enseñaron a montar y desmontar una cuna de viaje, a poner al peque en la sillita del coche…
Un día vino una pediatra jubilada a hablarnos del tema alimentación, vacunas, cuando empezar a introducir alimentación complementaria… y otro día vinieron parejas de padres ciegos con sus peques para contarnos sus experiencias.

Así pues con unos ardores tremendos, unos tobillos, pies y manos hinchados como globos y un montón de nervios y ganas de tocar y abrazar por fin a mi bebé, se acercaba noviembre y mi FPP (fecha probable de parto). La habitación quedó pintada y arreglada y solo me quedaba prepararme mentalmente para el parto.

En el próximo post hablaré del preparto y parto, algo que hace tiempo que quiero contar y que por lo pronto me cuesta hacer.

Mama

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¡Hola! no podría empezar mi blog con un post mejor. Lo publiqué en mi otro blog La Lágrima de Amaterasu y ahora lo pongo aquí.
¿Qué mejor presentación de mi vikingo y yo que ésta? y de paso, de papá vikingo, al menos escucharéis su voz y empezaréis a conocerle por su faceta más creativa 🙂
¡Que disfrutéis tanto el post como yo lo hice al hacerlo y que os emocionéis al menos la mitad de lo que yo me emociono cada vez que lo escucho!

Mama, una palabra tan vital en cualquier idioma, cuatro letras que lo son todo para mí cuando las dice mi bebé, mama de alegría, amor, ternura, mama de miedo, pena, rabia, mama de travieso, divertido, risueño… en cualquiera de las maneras, cuando le oigo, el corazón me da un brinco.
¿quién me lo iba a decir? nunca me he considerado demasiado maternal, de hecho nunca fui de esas mujeres que de siempre han querido niños, ¡ni siquiera me gustaban especialmente! Solo para un ratito y de hecho siempre había pensado que no se me daban bien, demasiado movidos, demasiadas preguntas que a veces sin querer me hacían daño… siempre creí que conmigo se aburrirían. Hasta que casi sin darme cuenta, fui cambiando y sentí la que dicen la llamada de la naturaleza, ¡sí! aunque suene a tópico fue así y poco a poco y junto a Juanjo, fuimos imaginando lo que sería tener un bebé, planteándonos si podríamos o no, qué necesitábamos, qué sacrificaríamos y si estábamos dispuestos a ello… y así hemos llegado hasta hoy, con mi pequeño vikingo conocido también como koalita, de once meses ya.
¿Me arrepiento o me he arrepentido en algún momento de ser mamá? ¡nunca! es una experiencia imposible de contar con palabras, día tras día me hace descubrir que es posible querer más y más a mi bebé y sin límites, también me hace descubrir facetas de mi carácter que no me gustan nada y eso me ayuda a conocerlas y aprender a corregirlas o al menos atenuarlas.
Una sonrisa suya, una caricia de sus manitas, uno de sus besitos de caracol, un abrazo, sus bracitos lanzados hacia mí, su sueño tan relajado y profundo encima mío, mi melena como su peluche preferido para agarrar y dormirse… me hacen sentir un mundo de felicidad.
Sus progresos, sus primeros dientecitos, su evolución en la guardería, su gateo motorizado que ya a va a 100 por hora, sus pasitos siempre sujetado por mí, su afán imparable de descubrirlo todo, su fuerza al ponerse él solito de pie cogido a cualquier cosa que le sirva, su traza al hacer ya la pinza con los deditos y coger la comida, sus intentos cada vez más exitosos de llevarse la cuchara a la boca y comer, su afición a probarlo todo y a que casi todo le guste, sus cada vez más palabritas… me hacen sentir un orgullo inconmensurable por todas y cada una de sus hazañas.
También están sus gritos de rabia, sus manotazos, arañazos, patadas, tirones de pelo, llantos desesperados para expresar algo que no sabe decir con palabras y que a veces no somos capaces de entender y nos hace desesperar, perder la paciencia, alzarle la voz y en ocasiones, tener que alejarme un momento dejando a Juanjo al mando del barco, o viceversa, para poder reducir las revoluciones, desconectar y retomar la calma necesaria para volver y saber acompañar al pequeño en esos momentos.
Ni en las noches de insomnio, ni en las de levantarnos cada hora porque el peque llora, ni en todas las cenas con amigas canceladas o pospuestas, cafés o paseos por la tarde de chicas que no hago o hago uno de cada diez, ni todas las diarreas que toca limpiar, ni cacas en los momentos más inoportunos cuando he logrado que estemos listos para salir, ni las rabietas cuando tardo mucho en darle de comer y golpea el plato, mete las manos, se ensucia entero… nada de todo eso ha hecho jamás que me replanteara mi decisión o que me arrepienta ni un ápice.

Esto son reflexiones, pinceladas de lo que siento siendo mamá, pero este post tiene otro propósito igual o más importante que es que también conozcáis de primera mano, qué es para Eric su mama, y con ayuda de su papi nos lo cuenta. No puedo evitar llorar y emocionarme cada vez que lo escucho, ¡amor de madre!
¡Gracias bebito y gracias Juanjo por haberme hecho el regalo más maravilloso por el día de la madre!
Us estimo.

Para mi mama